Cuando murió el dueño de Zen, la familia de su gran amigo Vaii no dudó en adoptarlo
Se
conocieron en la plaza y se hicieron inseparables, una historia de amor de
perros que trascendió la vida de sus dueños
LA
NACION
Las plazas
son lugares de encuentro no sólo para las personas sino también para los
perros. Quienes
pasean con sus mascotas todos los días están acostumbrados a encontrarse con los
mismos vecinos y sus propios amigos de cuatro patas en el cuadrado verde del
barrio.
Así
se conocieron Jean y Pedro, dos hombres que probablemente nunca se hubiesen
relacionado de no ser por la química entre Vaii y Zen, sus respectivos amigos
peludos. Jean tenía por entonces 29 años, estudiaba ingeniería industrial y
daba clases de matemática y física; había adoptado a Vaii, una perrita mestiza
de pelaje claro, muy activa y cariñosa. Pedro, era un entrenador de perros de
unos 55 años y amaba a Zen, su hermoso Pastor Suizo, que según Jean era idéntico
al lobo de Game of Thrones. "Empezamos a cruzarnos seguido en la plaza. Como Zen
jugaba mucho con Vaii nos quedábamos charlando, cada vez más tiempo. Nuestros
perros se llevaban tan bien que un día intercambiamos números para coincidir y
que ellos disfrutaran juntos al máximo".
La
buena energía entre los perros hizo eco en sus dueños. Los encuentros y las
charlas cada vez más largas -a veces sobre cosas triviales, otras sobre temas
más personales- pronto se tradujeron en un vínculo afectivo. Jean valoraba mucho
a Pedro, como si fuera un tío, lo sentía una persona especial y
transparente. "Hablábamos de todo, desde lo lindo que estaba el día hasta de
nuestros problemas más serios. Habíamos entablado una hermosa amistad", relata.
El combo era perfecto: amigos hombres y amigos perros disfrutaban sus mañanas de
a cuatro.
Malas noticias
Hasta
que un día llegó una oportunidad de trabajo para Jean. Su rutina se modificó y
los encuentros con Pedro se hicieron más esporádicos. "Seguíamos en contacto y
de vez en cuando nos veíamos en la plaza, pero no como antes. La que tomó la
posta de los paseos diarios de Vaii fue Cinthia, mi novia por entonces, que no
siempre iba a la plaza en los mismos horarios", cuenta Jean.
Corrieron
los meses. Un día Cinthia le comentó a su novio que hacía tiempo que no se
cruzaba a Pedro en la plaza, que justo ese día lo había visto a lo lejos y le
había parecido que estaba muy flaco. En ese momento, Jean no le dio mucha
importancia a la observación de su novia.
Pero
a mediados de 2015 la peor noticia llegó de una forma inusual, a través de un
comentario en el muro de Facebook de Pedro. "Su fallecimiento nos dejó
destruidos, lo lloramos mucho. Sentimos impotencia por no haber participado del
funeral. Es que su familia no nos conocía, apenas habíamos cruzado algunas
palabras con Flavia, su esposa", recuerda Jean.
Un
par de días más tarde, el dueño de Vaii le escribió un mensaje a la mujer de
Pedro a través de la red social. La saludó con cariño y tímidamente le ofreció
ayuda con lo que necesitara, especialmente con Zen. La respuesta de Flavia fue
cordial pero concisa, como cerrando la puerta.
Un deseo hecho realidad
La
pareja se moría de ganas de adoptar a Zen. ¿Qué pasaría si la mujer de Pedro no
podía seguir cuidándolo?, se preguntaban los novios. Jean fantaseaba con la
idea de llevarlo a su casa, pero sentía que no podía consultarlo con Flavia; no
era el momento, debía respetar su duelo. Por eso dejó su deseo de lado y decidió
librar la incógnita al destino.
"No
supe nada por varias semanas hasta que por un tercero me llegó la noticia: la
mujer de Pedro le estaba buscando un nuevo hogar a Zen. Dejé las sutilezas de
lado, la llamé por teléfono y le expliqué cómo nos habíamos conocido y por qué
el perro tenía que quedarse con nosotros. La señora entendió que nuestra casa
era el mejor hogar: ya lo conocíamos, se llevaba bárbaro con Vaii e iba a seguir
paseando por los mismos lugares", relata Jean, quien no podía creer que su
fantasía se estuviese cumpliendo. Tener a Zen en casa era la mejor forma de
homenajear a su amigo.
La
mudanza fue enseguida. "El día que Flavia trajo a Zen nos quedamos conversando
por horas. En medio de la charla, ella me confesó algo que me erizó la piel: en
uno de sus últimos días, Pedro le había hablado de dar al perro en adopción y
había nombrado a una pareja que veía siempre en la plaza. Fue con mi llamado que
ató cabos y se dio cuenta de que esa pareja éramos nosotros", se emociona Jean,
y agrega: "Se me llenó el corazón de alegría, Pedro había pensado en mí para
cuidar a su hermoso y amado lobo blanco".
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